7/12/11

Noches...



  Le dí mi corazón, se lo ofrecí y dije “Éste es mi deseo; ve, anda, llévalo”. Se fue, y yo marché llorando regreso a casa. Esa noche lloraron hienas en las estrellas.


 No hubo flores ese verano. No hubo flores. Nadie lloró el entierro, solo ella, ahí, desnuda y blanca. Dormida su cajita que sonaba a incierto. Ella sola dormida. Esa noche mirando por primera vez la luna que pasaba posada en sus ojos todas las noches. Todas las noches.


      Alejandra estaba desnuda en la roca, en el medio de la tormenta. El mar encrespado se torcía contra ella. Ella, erguida cual una Yemanja,  mirando el horizonte, de pie contra el mar. Sóla entre ese mar de azules que ruge invadiendo todo, y los rayos blancos que cubren de rajaduras el silencio.
   Ella en su roca y Martín entre los árboles, cubriéndose el cuerpo con una toalla y gritándole "¡Vos estás loca!, ¡Vos estás loca!" y amenazando con irse. Él pelirrojo, de cuerpo ancho, creyendo que ella podría estar todavía bien, pero asustándose mucho de los rayos, del mar que amenaza con tragársela, y de ella, que lo mira con esa locura en los ojos.

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