Ahogándonos.
Reunión, tres de la mañana. Todos callados, mirándose. La fiesta exije
que se hablen. Que haya ruido y se aturdan. Una fiesta -con todas las
letras- sería una en donde se desborden, donde aquel termine con
aquella. Donde ellos se acuesten con ellas, y donde la música mantenga
el ritmo de la orgía del dormitorio análogo. Que los gritos del otro
empañen los gritos de éste, y que nunca exista la nada. Que la música no
pare de sonar -es feo cuando calla, y todos se miran, como sintiendo el
vacío, la necesidad de tapar el silencio-. La joda, la fiesta. Aquellos
bailando, sin ganas, monótonos, bailando. Tomando para gritar, para
explotar. Para sacar lo que se guarda. Dejarnos huecos. Llenar lo hueco.
Tapar con semen las paredes. Vomitar fluidos. Llenarnos de alcohol,
deshinibirnos. El carnaval. El mundo del revés.
El grito.
Incomunicándonos.
(Msn, once de la noche)
Él dice: ¿Viste la luna?
Ella dice: ¿Eh?
Él dice: La luna… ¿La viste?
Ella dice: ¿Eh?
Él dice: La luna… ¿La viste?
Ella dice: Ah, sí. Que linda..
(Calle, once de la noche)
Van de la mano, los dos juntos. Ella lo mira
y pregunta en qué pensas. Él se ríe, medio tonto, y nada, dice. ¿Viste la luna?
Ella se ríe, la mira. Le gusta. Es linda, contesta. Caminan juntos, y él tantea
con sus dedos apretar los de ella, que se calientan al tacto. Los dos mirando
el cielo. El sueño de los dos. El sueño.
Un telón de fondo oculta una París plateada.
Un telón de fondo oculta una París plateada.
Inundándonos.
Un respiradero en
el medio de la calle. El cemento caliente, y la corriente de agua que pasa por
debajo. La calle que asfixia la tierra se pudre, y el respiradero exhala olores
fétidos, sucios. La primavera invade con un rumor de hojas. Duermen en las
calles y crujen al pisarlas. Invade con vientos de polen, con semillas que
mueren en el asfalto y giran entre los coches, entre la gente.
Invaden respiraderos en el medio de la calle.
Olor a podrido y costumbre.
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