8/10/11

¡Qué lástima!


 El atropellamiento por sobresalir la cabeza, por alcanzar cimas y manotear utopías. Ser dueños y señores, esclavizar y correr son caras de una moneda rutinaria.
Nací entre tradiciones cristianas. Besé los labios de Jesús una y mil veces mientras un cura con un crucifijo me preguntaba cuantas veces había osado masturbarme.
 Pecador de mí.
 Maté a mis dioses, y le arranqué las alas al ángel que me cuidaba, pero imposible matar lo que dejaron en mí. Allá, en algún recoveco, quedó la creencia en ese Dios... en ese pobre y desusado Dios. No queda más que la firme convicción de que Jesús nos advirtió que el único camino para que el mundo siga siendo mundo y no sea polvo y cenizas es ser un servus servorum, un siervo de los siervos. Un pobre entre los pobres. Un esclavo entre los esclavos.
 Bienaventurado aquel que lo logre, diría Jesús.
 ¿Era un profeta? No. ¿Un enviado? Quizás.
 ¿Fue un sabio, entonces? Sí.
 Sócrates, quien también sentó bases para el posible desarrollo de la humanidad, prefirió beber la cicuta antes que traicionar a su comunidad, a su polis. Lo hizo afirmando que era el único sabio de la ciudad ya que admitía que no sabía demasiado -sino nada-, pero con la sospecha que los Dioses aquellos que tanto reverenciaban los griegos no eran más que estrellas y espejismos. 
  Así tantos, en la historia brindaron su saber y vomitaron ideologías, pensamientos y dudas. Hoy tenemos la triste realidad de juzgar consecuencias sin analizar causas. Creo que el péndulo de la historia hoy está en el rótulo denominado "Decadencia". No nos culpo.
 Es hora de empujarnos, como cuando estamos en la calecita, hacia el otro extremo... o simplemente detenernos en las cosas vanas, como las niñas... que apretan las narices en las ventanas.

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