Un hiato en
Microcentro.
La boliviana mira para los costados y trata de cruzar la
calle. Mira y vuelve a intentar. La estación colapsa y entre el mar de gente,
logra al fin llegar a donde está su hijita, en el piso, vendiendo medias. Llega
con una bolsa grande y negra que tira en el suelo y molesta a los peatones, que
la miran un poco con desprecio, con esos ojos de vidrio que enmascaran la cara
en Microcentro. La boliviana charla un poco con su hija, y empieza a tirar las
medias que trae en la bolsa, en la lona. Negras, blancas y grises. Algunas
bombachas y pantalones truchos. Todos pasan de largo y la boliviana se queda
ahí, esperando como esperaría al encomendero, con sus rasgos un poco quechuas,
un poco aimaras, disonantes cromáticos en el monocromo Microcentro porteño.
La boliviana, con su
hija, y su manta de medias. Y allá, en
el horizonte de Corrientes, como unas Venus dormidas, las torres de Puerto Madero
erotizan Buenos Aires.
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