16/9/11

Emilia, la herida de París...

Viven los cuerdos entre mares de locos, y muere el tonto por contarle la verdad al Rey.
La Iglesia románica, con sus estatuas de mármol, velas de oro y cera de plata recibe al cura venido a menos, entre los despojos de unos parroqueanos que alguna vez fueron jóvenes. Un señor, en una barra, en Rodriguez Peña y Llavalle, limpia copas con el trapo engrasado, y araña el pegamento seco de las figuritas de Maradona pegadas en el vidrio del mostrador, rodeadas de dos frascos de caramelos duros, que parecen arrugarse y arrodillarse frente al dios popular que supo mostrarle a los argentinos las dos caras de la grandeza: la trampa y el truco y el esplendor de la magia.
Busca la ciudad dormida un par de clavos para tapiar la casa que se nos viene abajo.
Busca el chico un par de monedas para el colectivo comprando chicles en un kiosko.
Busca promociones de ropa la señora por Avellaneda y en Liniers un trapito le hace señas al señor de traje elegante con su trapo que es un asco; y por las dudas no se le acerca, para que el otro no se asuste.
La hinchada le canta al Dios Redondo y se matan a trompadas en el piso, defendiendo la camiseta que está tatuada en el pecho, en las manos y en la cara.
La selección no gana y el país está gris.
El mundo ronca y se nos pone negro.
Se instaló una fábrica cerca de mi casa. Y por las noches, cuando tengo sueño y no puedo dormir, miro las nubes de polvo -ellas no duermen- que forman nubecitas. Les busco formas y colores, y me vuelvo a acostar.

pero Emilia, si sentiré hollín en las ventanas...

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