29/9/11

Amor eterno

"Soy lo que ves acá, quiérelo o déjalo", le dijo Liliana a Roberto, allá en los cuarenta, entre alguna que otra mirada tímida. Se casaron al año entre sonrisas, y el pacto se dió por anulado mucho tiempo después, con el último suspiro cansado de ella.
 A los dos meses, Roberto murió de tristeza.
 Juraría que él hubiese regalado el libro más gastado de su inmensa biblioteca por estar una vez más al lado de Lili, su compañera.

28/9/11

¡Jimi no murió!

Q

Siempre dije que la Capital es una ciudad triste




Siempre dije que la Capital es una ciudad triste


   Como toda capital, tiene los suspiros hondos de ser sede de un estado: todas las ciudades con quienes charlé me dijeron que ese peso es terrible. A eso se le agrega el odio de un país que se vuelve contra ella, mirándola casi con un desprecio poco menos que justificado.  Está bien. Si yo viviese adentro, también la miraría con mala cara, pero mi propia desgracia me hizo caer adentro. Y mi propia gracia me hice pensar cuál es el mejor camino para transformarla.
 Dicen muchos que el acordeón marca su ritmo, el filete son sus lágrimas, y el café es su naufragio.  Que derrama gotas grises y calles asfaltadas. Que la voz resinosa de Goyeneche canta en cada esquina como un ciego que vende ballenitas, y que un ejemplar borgeano campea en cada bar poco iluminado, con la barra que hace agua, y la barba reposada en el diario, intentando tapar con las canas el título que resalta en negro.
 Dicen otros con orgullo –y los otros con riñones revueltos y gotas en los lagrimales- que eso fue antes, y que ahora solo quedaron recuerdos. Que la globalización y sus humores taparon las calles. Que donde antes bailaba el Negro Ortega entre las cuerdas hoy toca una banda extranjera, y que donde antes había un café hoy se abre un Shopping.
 Aquellos hablan porque vivieron, o entendieron la esencia. Éstos porque viven, y entienden el presente: los barcitos de Palermo, el shopping sagrado y centro neurálgico de tribus urbanas, los café Stores al estilo norteamericano, y la invasión sagraria de una cultura que invade todo. Todo Imperio cayó, pero antes impuso –aún, como Carlomagno, sin imposición directa, pero si indirecta, es decir, a través del lenguaje- a sus coetáneos y vecinos su cultura. La globalización tiene el peligro de unir el mundo y convertir en vecinos culturas tan diferentes y distantes como la japonesa y la sudafricana, conectadas por intereses comunes.
 La mezcla es inevitable. La evolución es natural.  No hay eruditos porque no hay cultura del entendimiento. Nadie en su sano juicio conoce el nombre de las constelaciones menos importantes, ni nadie se pregunta quienes fueron los habitantes de esta ciudad y este país que hoy habitamos. 
 No hay cultura por el entendimiento; pero ahí,  donde faltan doctos, hay quijotes. Y una ciudad que empieza a pintarse de nuevo, sin banderas ni revoluciones: solo con pinceles, cuerdas, y tinta: los que amortiguan el avance recto y firme de la ciencia.

Un hiato en Microcentro.



Un hiato en Microcentro.

La boliviana mira para los costados y trata de cruzar la calle. Mira y vuelve a intentar.  La estación colapsa y entre el mar de gente, logra al fin llegar a donde está su hijita, en el piso, vendiendo medias. Llega con una bolsa grande y negra que tira en el suelo y molesta a los peatones, que la miran un poco con desprecio, con esos ojos de vidrio que enmascaran la cara en Microcentro. La boliviana charla un poco con su hija, y empieza a tirar las medias que trae en la bolsa, en la lona. Negras, blancas y grises. Algunas bombachas y pantalones truchos. Todos pasan de largo y la boliviana se queda ahí, esperando como esperaría al encomendero, con sus rasgos un poco quechuas, un poco aimaras, disonantes cromáticos en el monocromo Microcentro porteño.
 La boliviana, con su hija, y su manta de medias.  Y allá, en el horizonte de Corrientes, como unas Venus dormidas, las torres de Puerto Madero erotizan Buenos Aires.

16/9/11

Emilia, la herida de París...

Viven los cuerdos entre mares de locos, y muere el tonto por contarle la verdad al Rey.
La Iglesia románica, con sus estatuas de mármol, velas de oro y cera de plata recibe al cura venido a menos, entre los despojos de unos parroqueanos que alguna vez fueron jóvenes. Un señor, en una barra, en Rodriguez Peña y Llavalle, limpia copas con el trapo engrasado, y araña el pegamento seco de las figuritas de Maradona pegadas en el vidrio del mostrador, rodeadas de dos frascos de caramelos duros, que parecen arrugarse y arrodillarse frente al dios popular que supo mostrarle a los argentinos las dos caras de la grandeza: la trampa y el truco y el esplendor de la magia.
Busca la ciudad dormida un par de clavos para tapiar la casa que se nos viene abajo.
Busca el chico un par de monedas para el colectivo comprando chicles en un kiosko.
Busca promociones de ropa la señora por Avellaneda y en Liniers un trapito le hace señas al señor de traje elegante con su trapo que es un asco; y por las dudas no se le acerca, para que el otro no se asuste.
La hinchada le canta al Dios Redondo y se matan a trompadas en el piso, defendiendo la camiseta que está tatuada en el pecho, en las manos y en la cara.
La selección no gana y el país está gris.
El mundo ronca y se nos pone negro.
Se instaló una fábrica cerca de mi casa. Y por las noches, cuando tengo sueño y no puedo dormir, miro las nubes de polvo -ellas no duermen- que forman nubecitas. Les busco formas y colores, y me vuelvo a acostar.

pero Emilia, si sentiré hollín en las ventanas...

12/9/11

Tu Espalda (soneto I)

Tu espalda es mi descanso, mi sosiego,
es la calma después de haber amado,
tu espalda es el refugio donde llego
a lamer mis heridas angustiado.

Tu espalda es taller de mi poesía
por las noches que paso desvelado,
tu espalda tiene el fin de cada día,
con el sueño y un beso ya cansado.

Y si todo se me hace cuesta arriba,
si mi vida parece a la deriva,
más que nunca tu espalda es necesaria,

pues si es dura la mano del destino,
tu espalda es altar donde me inclino
para elevar a Dios... una plegaria.

Ramon de almagro (para Doña Elsa)